La práctica de la meditación es quizá una de esas cosas que experimentamos que es a la vez desesperante y enriquecedor. Sentarse por diez o más minutos a observar tus pensamientos, mientras inhalas y exhalas te fuerza a mantenerte ahí anclado y por lo tanto no hay más que atravesar esa experiencia que está ocurriendo: No la rechazas, no la niegas, no la ignoras, y tampoco te identificas. Eso es lo que la hace tan difícil, porque naturalmente y automáticamente lo que hacemos es todo lo contrario. El simplemente permanecer con lo que es, cualquier cosa que ésta sea, pone en evidencia nuestras tácticas ordinarias que utilizamos en la vida: huir, pelear o ignorar.

Al practicar mindfulness y en particular cuando hacemos la práctica formal –es decir el entrenamiento con meditación– caemos inevitablemente como Alicia, en el hoyo de conejo hacia el subconsciente. Todo lo que habíamos estado guardando tras la cortina aparece; lo doloroso encuentra la manera de emerger a ese lugar de quietud, y el reto que hacemos a nuestra conciencia, es permitir a esa aparición estar ahí sin dejar que nos arrebate ningún poder.

Meditando encontramos la voz de la quietud, y ahí empieza el verdadero viaje hacia el Ser. El maestro de Zen Shunryu Suzuki lo solía decir de una manera magnífica: Abre la puerta del frente, y también abre la puerta trasera. Permite que tus pensamientos entren y salgan, simplemente no los invites a tomarse un té.

Se dice mucho más fácil de lo que se logra, porque muchos de estos pensamientos vienen pegajosos, y sin embargo vamos desarrollando poco a poco una cualidad de espaciosidad, en donde ya no nos perdemos con indulgencias automáticas más de lo necesario. Porque el encuentro ha de ser benevolente, mientras reconocemos una sensación, un temor, una obsesión, pero manteniendo la dignidad del respeto a uno mismo para dejar que nos atraviese sin que nos ofusque.

Es difícil, pues nuestro instinto es aferrarnos, ya sea a mantenerlo o a alejar cualquier pensamiento. Pero vuelves a inhalar, a exhalar, y entonces algo, aunque sea mínimo ha cambiado y empieza a desvanecerse

Es aprender a estar en profundo contacto con la experiencia, que puede ser severa, incómoda, zozobrante, acongojante, y darle la bienvenida aunque no necesariamente la absolución. Es como tener una conversación con alguien a quien le has estado sacando la vuelta, pero ahora estás sentado en tu meditación, de frente y sin tapujos, con compasión. En éste encuentro estás abierto para lo que venga, pero no para que se quede a vivir contigo. Muchas veces es necesario darnos una buena oportunidad sin estar mirando el reloj para que se termine, porque muchas cosas estarán atascadas y tenemos que permanecer para que empiece a surgir la voz reconfortante y enternecedora.

El toparnos con aquello que tememos, en un principio puede parecer una maldición, cuando en realidad es uno de los mejores regalos que nos ofrece el subconsciente. De repente está ahí frente a nosotros, tan evidente, con verrugas y todo aquello, mas si sabemos escuchar, nos devela la alquimia para la libertad del ser.

Muchas personas creen que no pueden meditar porque piensan que esa quietud no les brinda nada, y francamente este será el caso si tan solo te sientas ahí en blanco, ausente o pensando en cuál es el argumento ideal con que vas a enfrentar a esa persona en tu siguiente cita. La meditación es un ejercicio de concentración en donde inicialmente utilizamos las sensaciones de la respiración, y desde éste punto ancla observamos cada pensamiento que intenta alejarnos del presente, sin ejercer ningún juicio. En ese momento nos enfrentamos a una bifurcación: Por un lado a la cabeza, a las ideas, las razones –nuestras razones–, las historias, etc. Por otro lado al cuerpo, a la sensación particular y sutil que cada instante brinda. Ése es el lado del mindfulness: los mensajes del cuerpo son el portal al entendimiento. Cuando meditamos nos entrenamos para detectar ésta bifurcación y habrán días en que lo hagamos mejor que otros. Después de los años que llevo meditando, aún sigo perdiéndome en éste punto, y sé que es así para todos los meditadores comprometidos; en realidad no importa perderse, sino lo que importa es volverlo a intentar.

Es justo ahí donde reside el valor. No en el incalculable resultado final de algún tipo de emancipación, sino más bien en la travesía. Es este viaje, incómodo, insoportable, a veces gozoso y calmado, en donde aprendemos resiliencia y cultivamos nuestras fortalezas internas. El objetivo de la meditación no es controlar los pensamientos, sino más bien quitarles el control que tienen sobre nosotros.

Siendo honestos con nosotros mismos ¿cuánto tiempo nos la pasamos dejando que esos pensamientos repetitivos sean los que rigen nuestra vida? ¿Cuántas decisiones finales has hecho secuestrado por pensamientos de miedo? ¿Qué tan seguido te permites vivir la extraordinaria maravillas del instante presente, de ésta respiración?¿Qué pasaría si pudieras cambiar esta realidad y pudieras dejar pasar tus pensamientos como nubes en el cielo cuando te has comprometido a meditar?

Mi primera teoría es que lograrías sentirte mucho más eficiente, íntegro y estarías menos tiempo en el enredo de la ansiedad. Pasarías más tiempo enfocado en lo que tienes que hacer, en el momento presente, –el único que realmente existe– más que en el futuro místico que puede o no cambiar para siempre tu vida y que puede o no llegar.

Empezarías a darte cuenta de que ese pequeño espacio de quietud dentro de ti es el mismo que la quietud dentro de mi.

Si pudieras ir quitando lo velos que cubren tu vida, todos esos que estorban y nublan, y que son agregados, encontrarías esa quietud bendecida.

Así que la próxima vez que tengas un pensamiento, positivo o negativo, en vez de suprimirlo, evadirlo, subyugarlo o agrandarlo, siéntate con él en silencio, experiméntalo con todo tu corazón, y luego de la misma manera que las tormentas, los cometas y los planetas pasan, observalo alejarse.

IMG 20180702 102515465