En esta postal de recuerdos, busco compartir contigo momentos que, a lo largo del Camino de Santiago, fueron ocasiones para conectar con la comunidad a la que pertenecemos todos los humanos.

Te cuento que tuve la extraordinaria posibilidad de viajar con mi esposo a España para hacer el Camino de Santiago, el cual era un reto que habíamos estado esperando la oportunidad para llevarlo a cabo. Estas oportunidades nunca llegan de la manera perfecta, tú lo sabes, pero si no las tomamos por los pelos mientras van pasando, se nos escapan mientras vuelan por el viento, así que reconocimos nuestras dudas y temores, preparamos nuestras mochilas como mejor entendimos -considerando ser ligeros- y volamos al otro lado del océano.

En estas semanas ¿cómo ha sido para ti? ¿has podido darte cuenta -y quien practica el mindfulness tiene mejores elementos para ello- de las oportunidades escurridizas e imperfectas? ¿has podido soltar cargas para explorar más ligero el camino de tu propia vida?

No siempre será la ocasión de un viaje, Puede ser por ejemplo, que en medio de tu rutina, logres tener la capacidad de reconocer que es importante atrapar la oportunidad de hablar con esa persona, y soltar las cargas de los juicios y rencores para poder conectar verdaderamente con la vida que está frente a tu rostro.
Las oportunidades, ya sean veloces o sutiles, se posan en las manos abiertas, no con los puños cerrados, no con las ideas estancadas.

Las aventuras, podrás imaginar, fueron muchas mientras recorrimos los 830 kilómetros caminando desde Irún hasta Santiago de Compostela, pero una de las cosas más importantes para mi y parte de lo que quiero compartir contigo, es el reconocimiento de qué es lo que llevamos empacado en el corazón mientras caminamos una larga peregrinación o las jornadas de la vida cotidiana. Solemos pensar que son los aditamentos materiales los que más importan, cuando en realidad lo que marca una verdadera diferencia es la capacidad de mantener la mente y el corazón abiertos aún en medio de las dificultades más inesperadas.

Una y otra vez pasamos por esta lección a lo largo del camino, y junto con ella debimos admitir humildemente la importancia vital de la comunidad entretejida que somos todos los seres humanos.

En uno de los primeros días nos encontramos con Carlos, un maestro del país vasco, que apresuró su paso hasta alcanzar a estos dos peregrinos desconocidos andando por el camino y nos invitó a desviarnos para ser llevados a un muy acertado tour por la tierra de su nacimiento. Carlos compartió con nosotros un fragmento de historia de su vida, de su pueblo, del espacio por el que caminábamos, las plantas que nos rodeaban, las vistas que evocan asombro del mar y del bosque. Mientras caminábamos fuera del sendero marcado por las flechas amarillas, nos fue llevando en un viaje por la historia, de un tiempo en la que esa zona en particular tuvo un auge de importancia cultural en la época del art decó en Euskadi, entre otras anécdotas, que iban siendo adornadas por el bosque del monte Ulía mientras conversábamos caminando. Nuestro encuentro fue inesperado, breve y tremendamente enriquecedor.

Una de las cosas que nos presenta el camino, es la oportunidad de detenernos a escuchar a otro, permitir salir del camino para enriquecerse con lo inesperado. Frecuentemente es en lo que uno no ha anticipado en donde surge la oportunidad de ver una lucecita, como una luciérnaga en el camino, que abre un espacio de agradecimiento que uno no había anticipado.

Otro día, mientras llevábamos caminando en ayunas un buen rato -por falta de previsión- por un camino con pendientes lodosas y resbaladizas en un día lluvioso por el bosque tupido, alcanzamos con cierto esfuerzo a Antonieta, una muchacha de la República Checa. Nos admiramos en secreto de su porte amateur, rayando en lo precario, para luego ser recipientes de la lección de que la mayor expresión de la riqueza no es el exterior sino la generosidad, ya que en una curva del camino nos obsequió con pan, queso y tomate a dos Mexicanos hambrientos, que nos lo zampamos con entusiasmo mientras la lluvia caía con alegría. Antonieta además reveló ser una muchacha de una convicción religiosa magistral, que hacía el camino siguiendo las enseñanzas cristianas, sin sospecha o recelo. Más adelante compartimos la cena y el albergue con ella en el Monasterio Cisterciense de Santa María de Zenarruza para, al día siguiente, desaparecer antes de que saliera el sol por el camino que andamos detrás de ella. ¿Qué tan difícil es tener la humildad para admitir que el bcaminando haciendo conexionesienestar depende de la red de otros? A veces nos sentimos autosuficientes y olvidamos que somos profundamente interdependientes. Si somos capaces de reconocernos unos a otros totalmente entrelazados, la generosidad se convierte en el lenguaje común, más allá de países, creencias religiosas o nivel social, el Camino de Santiago nos iguala a todos para develar totalmente al desnudo esta verdad. Para mi este es un recordatorio que vale la pena compartir.

A lo largo de los días y kilómetros también aprendemos que cada quien lleva su paso y su ritmo, pero en alguna parada, todos nos encontraremos. A veces pensamos que vamos solos, y nos sentimos apartados, aislados. Así que, si bien la marcha personal es diferente, es en el encuentro con la comunidad fraternal en donde se logra estar a salvo.

Recuerdo también el día que caminamos un poco más de 37 kilómetros partiendo de Liendo hasta llegar al icónico albergue en Güemes, “La Cabaña del Abuelo Peuto”. Ese día fuimos hospedados con al menos otros 65 peregrinos que llegaron a su paso, en su momento, la mayoría antes que nosotros. Si a lo largo del camino hay un lugar en donde la expresión de la comunidad es esencial, es éste. El mayor dolor que hay en el mundo actualmente es la desconexión. Todos tenemos la necesidad fundamental de sentir que pertenecemos, de sentir que estamos conectados a una comunidad. En Güemes se vive el encuentro solidario con quienes nos encontramos en el camino de la vida. Nosotros llegamos exhaustos y ampollados, pero con sorpresa y entusiasmo nos fuimos encontrando con muchos peregrinos con quienes habíamos compartido etapas anteriores, y conocimos a otros tantos con quienes compartiríamos etapas posteriores, concurriendo con la cena, la tertulia y el descanso reparador. La filosofía en Güemes, liderada por el Padre Ernesto, deja una huella tan profunda y entrañable como el llegar a Santiago de Compostela. Una respuesta a la búsqueda de quienes peregrinamos la vida.

La vida moderna nos provee de una gran variedad de bienes de consumo, que sin duda han facilitado mucho nuestros quehaceres, pero al mismo tiempo nos han desconectado, de nosotros mismos y de otros, así que algo común de quienes hacemos el camino es una búsqueda... de algo que no nos han dado ni las tecnologías ni los estudios académicos.

Espero que mientras lees mis recuerdos de esos días, puedas sentir la conexión que tenemos aquí la escritora y ahí el lector, porque más allá de las letras y símbolos, o el medio por el que lees, estamos resonando juntos con las preguntas que nos hacemos, con los recuerdos y anhelos que han sido evocados de tu propia vida y experiencia, mientras te cuento de la mía.

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