El inicio:

¿Porqué haces el camino a Santiago de Compostela? Esta pregunta va directamente a la motivación, a definir cuál fue la semilla que provocó que uno decidiera imponerse el reto de caminar una distancia de 830 km.

Porqué uno hace lo que hace, es una pregunta común de mindfulness; requiere hacer una pausa e indagar -a veces profundamente- y puedes encontrarte que el hilo en realidad se entierra mucho más de lo que habías imaginado, hacia el subconsciente, o hacia el subconsciente colectivo, más allá del yo.

Quizá hay una vaga sensación de atasco en la vida. De alguna manera, la vida misma nos pide buscar algo más y los pequeños cambios que hacemos en nuestra zona de confort no logran aliviar del todo esa sombra de frustración o estancamiento. La vida empieza a sentirse rutinaria, y la rutina es resistencia al asombro, así que uno empieza a permitir que, en medio del silencio que hacemos en la práctica, aflore una semilla en algún momento sembrada.

Entonces puede ser que te des cuenta que, como ser humano, estás hecho para moverte, para andar. Como humanos siempre hemos caminado, literalmente por milenios. Es parte de nuestra herencia (real y metafóricamente) así que uno camina por caminos nunca andados en exploración, hacia la cima de las montañas a la elevación, bajo las superficies descubriendo las profundidades y caminos andados por muchos otros, enlazándonos a la comunidad.

Andar el Camino de Santiago es recorrer todos estos. Este objetivo se convierte en el punto de inicio para responder a la necesidad de examinar nuestras propias vidas; a nosotros mismos desde lo más recóndito.

Así que, ¿cuándo se me ocurrió llevar a cabo este viaje? Es difícil de precisar, responde a un llamado silencioso que fue encontrando su expresión, un eco de cavernas que encontró el oído que escuchó. Todo empieza en el silencio y va penetrando por las fibras profundas de la mente. La pregunta de ¿porqué?, es darte cuenta que has habitado un campo de posibilidades infinitas que luego empezó a emerger hacia una colina de posibilidad, hasta que toma forma en la cima de alguna realidad.

Así que de nuevo en la superficie, en la cotidianidad de la vida, me encuentro organizando, junto con mi esposo un viaje... no uno cualquiera, no una vacación, algo más que no sabemos qué será.

Hacemos una alianza con la tradición de la peregrinación, pero que también es una exploración de la experiencia personal, ese es el lugar sagrado al que queremos llegar.

Poco a poco las cosas van madurando para encontrarnos en el hacer: Hay que apartar tiempo y recursos, hasta que llega el día en que las mochilas están empacadas, los pasajes comprados, las fechas reservadas y la emoción, junto con la duda, latiendo. Entonces salimos de casa, y habrá que tener cuidado a dónde nos llevan los pies que salen de la puerta, porque no sabemos en realidad hasta dónde nos llevarán.

Ahora ya somos peregrinos. Primero tomamos el autobús a la Ciudad de México para ser recibidos en el primer albergue de la peregrinación, que es la casa de la tía que nos acoge con alegría y amor. Al día siguiente es el vuelo hasta Madrid España, y nos encontramos en el segundo albergue, la casa de mi hermana, en donde pasaremos algunos días acoplándonos al cambio de horario refugiados en la calidez de la familia.

Tres días más tarde tomamos el tren hasta Irún, una población en la frontera entre España y Francia, en donde inicia oficialmente el recorrido del peregrino que se dirige a Santiago de Compostela por el Camino del Norte.

inicio