Nayeli caminando con perros

Esta mañana he despertado con una pequeña deficiencia de sueño. Nada grave, pues el fin de semana dormí suficiente, aunque también es cierto que en estos días en que el calor ha estado extremo, la deshidratación nos hace sentirnos más cansados.

A pesar de que el día es claro, y se espera otro día de calor y sol, mi estado de ánimo inicia francamente abatido. Apenas y tengo energía para hacer mi práctica de yoga, y sólo termino por terminar, sin mucho entusiasmo por ello, sin esfuerzo y sin flexibilidad. Pero termino.

Estoy de mal humor.

Salgo a caminar con los perros con poca o nada paciencia hacia ellos, a sus jalones para estudiar con profundidad un olor en alguna parte del camino. Me irrita que se detengan en seco. Mi caminar no es rápido, es más bien un caminar resignado y molesto.

Me doy cuenta que ellos no tienen la culpa. Afortunadamente, su actitud no cambia; siguen felices de caminar y sacar sus narices de paseo.

Siento mi rostro serio y enojado. Soy mindful de como siento la tensión en mi cuerpo, el entrecejo fruncido, la boca seria casi con desprecio. No me importa. Estoy de mal humor. Aunque una parte de mi se siente culpable porque no comparto con mis perros el gozo del paseo, porque los regaño y les limito las exploraciones olfativas.

Al llegar a casa me dejo caer en el asiento para quitarme los zapatos. Todo me irrita. Pero lo estoy permitiendo. Esta sensación desagradable está aquí... no recuerdo como es estar de buenas. No me importa.

Empieza a asomarse una extraña tristeza por este enojo. Una parte de mi, muy pequeña todavía, empieza a sentir compasión por el enojo. Está ahí. La noto pero es muy pequeña, el enojo continúa.

Me enfrento a las horas del día sin entusiasmo, mas bien con pesadumbre y fastidio. Reconozco mi hábito, el deseo de evasión. Sin embargo tengo cosas que tienen que ser atendidas, mi desayuno y el de los perros. Ojalá no fuera así, pero no hay escapatoria.

Investigo: ¿qué hay más profundo en este estado de ánimo? ¿porqué estoy de malas? Estas preguntas van en sentido contrario a mi inicial deseo de evasión, pero ya las he formulado. Ahora no puedo dejar de investigar... ¿qué pasa?

Si pudiera mandar todo al carajo, lo haría; incluso este ver profundo. Sólo encuentro silencio, un poco aliviada, porque eso permite que el fastidio continué; aunque no del todo, ahora me doy cuenta nuevamente que hay más compasión por este sentimiento. “ojalá no fuera así, ojalá estuviera bien, ojalá fuera feliz”

Esta compasión da espacio a una respuesta que empieza a asomarse. Lo que hay abajo de esto es temor. Tengo miedo a lo que viene: Me enfrento a ciertos cambios en mi agenda, y en mi economía.

La práctica de la atención plena (mindfulness) no significa que los malos días, los estados de ánimo desagradables, las dificultades, no sucedan. Simplemente me hago más consciente de que están ocurriendo, como es el caso ahora con el enojo. En un primer análisis uno se topa de frente con sus expresiones, justo ahí, justo ahora: cómo se siente mi rostro, cómo se siente mi cuerpo y su energía. Hay un reconocimiento que lo permite, y lo acepta... Curiosamente esto parece abrir la puerta para ver un poco más a profundidad algunos aspectos del enojo, por ejemplo, cómo afecta a otros. Cómo actúo con mis perros: con fastidio, con enojo, con intolerancia. Y sigo consciente del efecto hostil en mi y su respuesta inocente de parte de ellos.

En este primer momento también me doy cuenta claramente cómo el enojo lucha por mantenerse y fortalecerse, encontrar razones, o justificaciones (no necesariamente razonables) de su manifestación: “hace calor, no he dormido bien, nada sale como debería, me voy a quedar sin trabajo... etc.”

Este primer nivel de reconocimiento es verbal de las causas y condiciones burdas manifiestas. Y claramente puedo ver cómo la irritación es como la sombra sobre un muro de una figura mucho más pequeña. (Recuerdo una escena de JRR Tolkien: Sam sube las escaleras de Cirith Ungol para rescatar a Frodo, mientras su sombra se proyecta en la pared como un gran guerrero que viene a acabar con los orcos. Se ve más fiero de lo que realmente es. Así es este mal humor seco y reseco dentro de mi)

Toparme con la realidad del amor incondicional de mis perros, con su alegría sin sospechas, hace que me sienta un poco culpable de mi brusquedad y fastidio, aunque sigo sosteniendo el enojo sin que ceda. Es como si la ternura intentara colarse por algún recoveco de mi conciencia oscurecida. El simplemente darle espacio a esta obscuridad le da cabida también a estas grietas por donde intenta colarse algo más... la compasión.

El enojo no es un estado de ánimo que se rechaza o se empuja. Se acepta y se recibe. Se observa porque tiene un mensaje para mi.

Empiezo a darme cuenta de un segundo nivel: Abajo de este enojo hay temor, miedo de lo lo que sigue, del futuro incierto.

Y ya no hay vuelta atrás. La irritación sigue luchando por prevalecer, los viejos hábitos que la sostienen intentan activarse, ese hábito de evadirme, de no conectar realmente, de no ver. Pero como digo, ya no hay vuelta atrás, la compasión, ese deseo que conecta con el dolor del sufrimiento y con el amor que desea el bien, se ha hecho presente a pesar de todo.

Esto da espacio a algo mucho más profundo. Sí claro, en primer análisis hay miedo del futuro, de la incertidumbre. Pero la verdad es que hay algo más, algo más antiguo. Me doy cuenta de que este temor al futuro es otra justificación. Sí hay temor, pero mi temor es no ser suficientemente buena como para ser aceptada y reconocida. Es una lucha infantil de ser querida, reconocida y aceptada por mis padres, y haber sentido en algún momento que no fue así. Es una herida vieja que ahora puedo atender con ternura.

Entonces así se van despejando varia capas; abajo del enojo del calor y el cansancio, está el temor a lo incierto, pero abajo del temor a lo incierto está un temor y un dolor. A no ser suficiente.

Ahora puedo atender esto. Ahora que lo veo tengo las herramientas en mi conciencia para lidiar y ver claramente. Este es el poder de mindfulness. Deshizo el enojo y el fastidio descubriendo el temor más profundo, sin empujarlo ni rechazarlo, sino recibiéndolo totalmente y amorosamente.

La práctica empieza a surtir efecto; los momentos difíciles no dejan de suceder, los asaltos de emociones turbulentas no dejan de suceder, pero ya no soy secuestrada todo el día por ellos, sino que son la puerta del aprendizaje personal. Tal como lo hacemos en la práctica formal de meditación. Surge, está presente y se desvanece.

Y cuando se desvanece realmente, he aprendido a soltar y dejarlo ir, llegando así la luz a espacios internos que habían permanecidos ocultos, acariciando heridas antiguas, llenándolas de descubrimientos, amor y compasión.