“El rito está animado por un poder inmanente, una especie de virtud espiritual.” Marcel Mauss

Otra de las cosas que se revelan caminando a Santiago, es nuestra tendencia natural en todos nosotros los humanos de ir creando rituales conforme vamos transitando los instantes en la vida y las sorpresas que lo acompañan.

Con mindfulness voy dándome cuenta de éste tipo de cosas, que antes pasaban en automático, pero ahora mi mente va despertando a pequeños detalles inesperados (rostros y flores). La verdad es que cuando empezamos con esta aventura, no tenia una idea pre concebida no había pensado con anticipación como podría hacer que un reto físico, con cierta complicación logística, fuera posible transformarlo en un andar espiritual, porque visto llanamente es solo caminar y ya, para luego, al fin y al cabo, dejar que el camino me enseñe, y supongo que el camino te va enseñando y solo tienes que poner atención a lo que te está mostrando.

Así pues descubro que hay algunas cosas nos acompañan toda la vida, como esta tendencia a crear rituales, que embullen de significado lo trivial cuando se reconoce que es algo importante. A través del rito se despierta el poder, la capacidad transformadora de mirar el mundo en una celebración.

Estos ritos particulares que se fueron desarrollando, consistían en hacer una pausa consciente, poner atención para abrirnos y dejarnos conmover con los rostros de los hospederos y las flores del camino. Dos encuentros cotidianos, que fácilmente pasan desapercibidos si no sabes poner atención. Son similares en su belleza única, frugal, y en que son la punta del iceberg de historias ancestrales.

Estacionados en los albergues, los hospederos reciben cientos de peregrinos que pasan una noche, y al día siguiente ya se han ido: sombras olorosas y cansadas; exigentes y agradecidos al mismo tiempo. Y justo afuera, enraizadas a lo largo del sendero, las plantas sienten pasar las vibraciones de las pisadas de cientos de peregrinos que las dejan atrás, mientras caminan por su vida de aventuras y esfuerzos, así que abren sus pétalos para sentir el movimiento de los insectos, del viento, del aliento que nos entrelaza.

Notar los rostros de quienes nos reciben, intuir las historias que se reflejan en sus ojos mientras abrimos alguna conversación con ellos, y en vez de hacer un desaparición furtiva en la mañana, pedirles una foto para registrar los instantes de eternidad compartida.

Luego, alguna flor del camino encontraría la manera de trepar hasta mi sombrero para viajar un día entero acompañándonos hacia otras praderas, como lo hacen los insectos y el viento.

Los rituales nuevos que vamos haciendo los peregrinos, pueden convertirse rápidamente en acciones automáticas e inconscientes que van desdibujando la consciencia de la vida, a menos que estés dispuesto a refrescarlas con la intención de hacer una colaboración con la fuerza de la voluntad creadora, y así ser partícipe de la grandeza del universo.

Nuestros rituales fueron surgiendo orgánicamente, rasgando nuestras mochilas para transformarlas en alas dimensionales que nos hicieron volar por encima de la superficie pero profundamente conectados con los hermanos hombres y las hermanas flores.

Fue como por el segundo o tercer día, que mientras íbamos caminando notamos que una mujer paseando por el sendero que costeaba la playa, iba recogiendo flores silvestres en el camino. Ella iba bastante más adelantada que nosotros, pero me daba cuenta como de vez en vez se detenía para incorporar a su ramillete alguna otra flor que asomaba su rostro por entre la maleza de la orilla del camino.

Poco a poco fuimos acortando la distancia que nos separaba y mientras yo iba muy atenta notando las flores que había seleccionado, identificando las mismas del camino y descubriendo nuevas que ella había pasado por alto. La cuestión es que pensé en cooperar con su ramillete, así que también detuve mi propio camino para arrancar de su planta una flor que me pareció hermosa y que podría bien completar su ramillete.

No hubo oportunidad de regalarle esta flor en particular, la perdimos en alguna vuelta del camino, así que me quedé con ella en las manos, me giré hacia Oscar con una sonrisa y le dije que esa flor había pensado regalarla como una ofrenda, pero quizá ésta flor en realidad deseaba caminar al otro valle y yo me había convertido en sus piernas, así que le pedí la acomodara junto mi oreja. Tomo la flor de mis manos mientras me devolvía la sonrisa y la sujetó en mi sombrero de peregrino.

A partir de ese día, y cada día de nuestro camino, nuestro rito fue que en algún momento de la mañana me encontraría con una nueva flor a la orilla del camino, y la hacía subir hasta mi el costado de mi rostro en complicidad con Oscar. Se convirtió en un momento sagrado de comunión entre nosotros y la naturaleza del camino. Un escuchar el llamado mudo de participar con otras voluntades, también invisibles y que solo pueden ser intuidas.

Nuestro ritual con los rostros fue Oscar quien lo trajo a la vida. Con su carácter amigable y generoso, supo desde el primer día conectar totalmente franco y hermoso con el otro ser humano que nos recibía para refugiarnos de la lluvia, de la noche. Sin dejar pasar desapercibido su esfuerzo, su historia, conectamos para conocer qué es lo que lo motivaba a estar ahí, estacionado en la orilla viendo pasar el flujo constante de peregrinos, como peces llamados por la fuerza de la naturaleza que nadan subiendo por el río hacia su destino. Ellos son a la vez nuestros testigos, pero más que eso, nuestros benefactores. El camino está dispuesto a mostrarte ésta conexión solidaria con los rostros de los hospederos, sonrientes y cansados.

Los hermosos rostros que nos reciben han sido ellos mismos peregrinos en otro momento, y ahora el agradecimiento se manifiesta en su generosidad altruísta al acoger al caminante. Pero son algo más que el rol que protagonizan en ese momento, son historias que con nuestro ritual aprendimos a hacer entrañable más allá de las palabras y los conceptos.

Mira en éste collage a ver si puedes saber de tu propia manera, captar éste espíritu del que hablo:

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